martes, 4 de junio de 2013

Brasilia: La utopía de la ciudad perfecta.

A medio camino entre la utopía y el voluntarismo, el medio siglo de Brasilia —la capital más soñada y planificada del mundo— encontró a Brasil en un momento de consolidación mundial como una de las potencias económicas y demográficas más relevantes del siglo XXI.


   
A medio camino entre la utopía y el voluntarismo, el medio siglo de Brasilia —la capital más soñada y planificada del mundo— encontró a Brasil en un momento de consolidación mundial como una de las potencias económicas y demográficas más relevantes del siglo XXI. Con dos millones y medio de habitantes, la ciudad gestada en los años 50 bajo el impulso modernista del presidente Juscelino Kubitschek es hoy patrimonio de la humanidad de la Unesco y uno de los símbolos más fuertes de Latinoamérica de lo que puede dar la unión entre arte y política.
La ciudad fue construida en un contexto de auge económico y nació a la luz de las ideas del Instituto Superior de Estudios Brasileños, que imponía un camino según el cual la cultura era “el futuro, lo no hecho, el edificio a construir”.
Kubitschek supo y pudo transformar lo era catalogado como un delirio megalomaníaco en la utopía de una nación, porque la construcción de Brasilia era presentada como la reconstrucción de Brasil. Admirada por su planificación urbana y criticada por su falta de alma, la capital es la demostración material de la construcción de un sueño colectivo a gran escala.
El sueño fundante
Trasladar la ciudad capital fue parte de los sueños fundantes de muchos y variados presidentes latinoamericanos a lo largo de la historia. Desde el mismo momento en que proclamó su independencia de la metrópolis portuguesa en 1822, sucesivos gobiernos brasileños coquetearon con la idea de refundar el país sobre bases nuevas y autónomas que lograran desprenderse de la herencia colonial. Una ciudad nueva para un nuevo poder nacional: parecía ser un paso histórico necesario para borrar el legado colonial, reforzar los destinos soberanos y encarar un nuevo proceso de desarrollo económico.
Tras la proclamación de la república, ese proyecto se plasmó en un artículo de la Constitución de 1891 que preveía la creación de un Distrito Federal en el Estado de Goiás, en el Planalto Central. Sin embargo, recién en 1953, bien avanzado el siglo XX, el presidente Getúlio Vargas nombró una Comisión de Ubicación de la Nueva Capital Federal con el objetivo declarado de elegir el lugar indicado.
La concreción de la obra llegó de la mano de Juscelino Kubitschek, tal vez junto con Lula da Silva el mandatario más carismático y popular de la historia contemporánea brasileña. El fue el encargado de llevar a cabo el proyecto a partir del año 1956, bajo un tiempo récord de cinco años. En 1956 el Congreso aprobó el proyecto de ley que autorizaba la construcción de la nueva ciudad, y fue el propio presidente quien invitó al arquitecto Oscar Niemeyer a ser el creador de los edificios gubernamentales. Por sugerencia del propio Niemeyer, se abrió un concurso nacional para la elaboración del plan piloto, ganado por unanimidad por el arquitecto y urbanista Lucio Costa.
Planificación y progreso
Brasilia, inaugurada el 21 de abril de 1960, es una experiencia única en el ámbito de la arquitectura moderna mundial. Fue pensada de cero para trasladar el poder político y administrativo al centro del país, como una ciudad más luminosa y funcional. El esqueleto de la ciudad se diseñó en torno a dos ejes perpendiculares, uno consagrado al poder público y administrativo, el otro a la vida particular. La circulación está asegurada por un sistema de calles que evita los cruces y separa el tráfico por categorías. Según Costa, el dibujo de la ciudad “nació de un gesto primario de quien señala un sitio o de él toma posesión: dos ejes que se cruzan en ángulo recto, es decir, la propia señal de la cruz”.
Oscar Niemeyer calificó la construcción de la ciudad como “un momento de entusiasmo y de optimismo” que hizo mucho bien a toda la nación brasileña. “Hablo con entusiasmo pero no por mi trabajo ni por lo que lo hice, que fue como siempre sobre un tablero de dibujo. No obstante construir una ciudad, sus plazas y sus calles, fue algo fantástico. Le dio una idea al pueblo brasileño de que podía lograr lo que se propusiera”, dijo Niemeyer.
Manchas posmodernas
A pesar de su cuidada planificación, o tal vez a causa de eso mismo, Brasilia no pudo escaparse de algunas de las tendencias que abrazaron a casi todas las ciudades a lo largo del siglo XX. Así, el crecimiento poblacional fue muy superior a los cálculos y las estimaciones de Niemeyer y Costa, lo que terminó con la construcción de pequeñas ciudades-satélite en muchos casos pauperizadas y marginales. “Brasilia fue un momento maravilloso”, dijo su arquitecto.
“Diseñé una cabaña de madera y todos vivíamos ahí: yo, los ingenieros, los amigos que venían de visita y el propio presidente. Ibamos a los mismos bares y lugares de baile que los trabajadores. Fue un momento de liberación. Parecía el nacimiento de una nueva sociedad en la que las barreras tradicionales se hacían a un lado”. Sin embargo, el propio Niemeyer aseguró que eso no funcionó en el tiempo. “Ahora Brasilia es demasiado grande. Los desarrolladores, los capitalistas, están ahí; dividen la sociedad y arruinan la ciudad. Brasilia tiene que hacer un alto”, reflexionó el intelectual, que con 102 años es una referencia mundial en la materia.

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